Quien es el personaje mas nefasto de la TV mexicana?

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domingo, 14 de noviembre de 2010

Otro tipo de abuso infantil (y el mas fecuente)



por Giordano Bruno @tupamaro71

Hay momentos que te marcan para toda la vida. En mi caso, uno de esos momentos fue cuando tenía apenas 7 años de edad. Aquella tarde, mis padres se habían ido al cine, (creo que estrenaban La Naranja Mecánica) y me habían dejado al cuidado de mi abuela paterna. Una viejita, bondadosa y cariñosa. En cuanto mis padres se fueron, mi abuela me sentó frente a un cuadro que plasmaba a un sujeto semidesnudo, clavado en una cruz, con una corona de espinas que hacía escurrir hilillos de sangre sobre su rostro agonizante. Su costado izquierdo sangraba por una herida a la altura del corazón. Sólo ver esos horrendos clavos, hicieron que una sensación de dolor surgiera en mis manos.
-Fíjate bien, dijo mi abuela, e inclinó lentamente el cuadro hacia adelante. De pronto, el cielo gris se abrió para dar paso a un haz luminoso que caía en la humanidad de aquel pobre hombre, a la vez que su cabeza se inclinaba hacia atrás y sus ojos miraban el cielo. Atónito mire a mi abuela solicitando una explicación ante aquel fenómeno mágico. Ella me tomó las manos, las juntó frente a mi cara y me dijo estas palabras: “El es dios y murió por ti. Siempre que te encuentres solo o te sientas triste, tienes que cerrar los ojos y pedirle ayuda. Rezando. Después de rezar te tocas la frente, después el pecho, un hombro y el otro”. Después me dió unas galletas y la tarde siguió normal. Cuando volvieron mis padres, sin siquiera pensarlo, disparé: “Rezamos al dios que esta muriendo por mi..!!”.
Mis padres se miraron estupefactos y enfrentaron a la abuela. Hubo discusión y tensión. Mi madre me tomó de los hombros, me miró seria y me dijo: “Todo lo que te ha dicho la abuela, es mentira y debes olvidarlo”. Sentí rencor contra mi madre, porque la abuela era buena, protectora y para mi era imposible que ella quisiera hacerme algún daño. Pero la verdad era que sí lo había hecho.
El ser humano es el resultado de una larga evolución. Hemos llegado hasta aquí porque hemos podido adaptarnos a los cambios del medio ambiente para lo cual hemos desarrollado habilidades y facultades. Una de esas “armas” de supervivencia de las cuales el proceso evolutivo nos ha provisto, es el instinto. Cuando el bebé gatea hacia el río y la madre lo reprende, éste obedece porque no tiene otra opción, o sea, “algo” en su interior le dice “Obedece ciegamente o perecerás”. La selección natural se ha encargado de que los críos que siguen a la madre y obedezcan se salven de ahogarse. Los que no obedecen mueren y por lo tanto no transmiten sus genes. De esta manera existe en la infancia, una fase de “obediencia ciega”. Una etapa en la que el niño no cuestiona nada, todo lo acepta, porque su instinto le dice que tiene que obedecer al adulto. Y es justo en esta fase de indefensión mental absoluta cuando se adoctrina religiosamente a los niños. No es por casualidad. Los religiosos saben muy bien que una vez que el niño haya cruzado esa etapa vulnerable, sin ser adoctrinado, será muy difícil hacerlo después porque cuestionará, será más independiente y escéptico. Para ser mas claro, ya no temerá ir solo al río, ni caminar cerca de la fogata. Mucho menos se dejará impresionar por el truco barato del cuadrito.
Y es que las implicaciones son demasiado serias para restarle atención. Estamos hablando de la cosmovisión de una persona. No es lo mismo creer que el mundo tiene 10,000 años a saber que tiene 4,500 millones. Ni es lo mismo ser bondadoso y considerado por convicción a serlo por el temor a un castigo eterno. Hay hechos inherentes que afectarán de manera casi irreversible el resto de la vida de la persona, su forma de relacionarse, sus opiniones, etc. Por eso no creo exagerar cuando digo que el adoctrinamiento religioso en los niños es un abuso infantil de carácter intelectual e ideológico y debemos extirparlo de la sociedad cual tumor purulento, un lastre nefasto que tiene como único objetivo el control y la represión del ser humano. Hoy le doy gracias a mis padres por defenderme de ese abuso y proveerme de la libertad de pensamiento que brinda el ateismo. Mi abuela nunca más me habló de dios, pero afortunadamente siguió cocinándome galletas.