por Giordano Bruno
La “Historia de la Revolución Francesa”, de Piotr Kropotkin es de estudio imprescindible para entender las bases económicas, sociales e ideológicas con las que se forjaron los países latinoamericanos durante las primeras décadas del siglo XIX. Las llamadas corrientes de derecha y de izquierda tuvieron su origen en la Asamblea Nacional Parlamentaria de Paris.
La izquierda (llamada así por ubicarse a la izquierda de la sala), era formada por comunistas, socialistas, anarquistas, campesinos y liberales que estaban a favor de los cambios revolucionarios de fondo. Entre otras cosas se proclamaban por la igualdad, por los derechos del hombre, por leyes justas impartidas a todos por igual. Se pronunciaban por eliminar los privilegios, los impuestos injustos y por erradicar el régimen feudal. También exigían la repartición de porciones de tierra para los campesinos llamadas comunas, (he ahí el origen de los comunistas).
La derecha, muy por el contrario (ocupando la derecha del recinto), estaba a favor de la monarquía, los impuestos, privilegios feudales y clericales. Sin embargo durante el curso de las negociaciones y la pugna por los cambios que inevitablemente se estaban gestando, se va decantando una agrupación que apoyándose en la fuerza de la izquierda, van acordando cambios que con la etiqueta de “igualdad” y “liberalismo”, sólo beneficiaban a un grupo limitado de personas. Este grupo de pensadores, comerciantes e ilustrados, a la postre conformaría la burguesía y se consolidaría como el grupo dominante hasta nuestros días.
Ellos habían entendido muy bien que la fuerza motriz de la revolución estaba en el pueblo mismo, en los campesinos furiosos por los impuestos al pan, en las temibles y fornidas “pescaderas” que blandían sus afilados cuchillos pidiendo la cabeza de los especuladores y los potentados. Sabían muy bien que teniendo el control de las masas populares, la derecha firmaría cualquier acuerdo con tal de no morir bajo su ira desbocada.
Y así fue.
Una vez que la burguesía tomó el control, una vez que cayó el rey y con él, la corte y sus feudos, se apuraron en perseguir, reprimir, encarcelar y matar a los comunistas, anarquistas, socialistas y cualquier campesino que reclamara su pedazo de tierra.
Es justo también decir que se proclamaron los derechos del hombre, se eliminaron los derechos divinos de la iglesia (aunque no se expropiaron sus bienes), y se abolieron leyes brutales.
Sin embargo, hay que mencionar que en términos generales la Revolución Francesa, (al igual que la Revolución Mexicana) no le hizo justicia a los más oprimidos. No hubo repartición de la tierra. Y por si fuera poco, se nombraron “ciudadanos activos” (comerciantes, profesionistas, y burgueses en general) y “ciudadanos pasivos” (campesinos y desposeídos). Huelga decir en quiénes descansaban la administración de los gobiernos municipales. El gran beneficiario del movimiento revolucionario fue pues, la burguesía.
La “igualdad” se plasmó en cuanto a leyes económicas, y la “libertad” en cuanto a leyes de mercado. De alguna manera la burguesía vino a traicionar al pueblo, que desde la opresión y la hambruna hizo posible el movimiento revolucionario.
Por eso, todos aquellos que se definen como “de izquierda”, sin estar de acuerdo con una verdadera reforma agraria, ni con la nacionalización del patrimonio (petróleo, minas, etc.), y sin embargo apoyan a las inversiones privadas como única posibilidad de generación de riqueza, y pretenden además hacer la revolución sin tocar los intereses de los grandes capitales, más bien son burgueses. Las cosas por su nombre.
Para terminar transcribo aquí unas líneas de la primera página del capítulo cincuenta y nueve de la ya citada obra de P. Kropotkin y que a mi parecer describen muy bien la situación que se vive hoy:
“…la tierra era el principal instrumento de explotación. Por la tierra el señor era dueño del campesino, y la imposibilidad de poseer su porción de tierra obligaba al campesino indigente a emigrar a la ciudad, donde se entregaba indefenso al fabricante industrial y al especulador.”
La izquierda (llamada así por ubicarse a la izquierda de la sala), era formada por comunistas, socialistas, anarquistas, campesinos y liberales que estaban a favor de los cambios revolucionarios de fondo. Entre otras cosas se proclamaban por la igualdad, por los derechos del hombre, por leyes justas impartidas a todos por igual. Se pronunciaban por eliminar los privilegios, los impuestos injustos y por erradicar el régimen feudal. También exigían la repartición de porciones de tierra para los campesinos llamadas comunas, (he ahí el origen de los comunistas).
La derecha, muy por el contrario (ocupando la derecha del recinto), estaba a favor de la monarquía, los impuestos, privilegios feudales y clericales. Sin embargo durante el curso de las negociaciones y la pugna por los cambios que inevitablemente se estaban gestando, se va decantando una agrupación que apoyándose en la fuerza de la izquierda, van acordando cambios que con la etiqueta de “igualdad” y “liberalismo”, sólo beneficiaban a un grupo limitado de personas. Este grupo de pensadores, comerciantes e ilustrados, a la postre conformaría la burguesía y se consolidaría como el grupo dominante hasta nuestros días.
Ellos habían entendido muy bien que la fuerza motriz de la revolución estaba en el pueblo mismo, en los campesinos furiosos por los impuestos al pan, en las temibles y fornidas “pescaderas” que blandían sus afilados cuchillos pidiendo la cabeza de los especuladores y los potentados. Sabían muy bien que teniendo el control de las masas populares, la derecha firmaría cualquier acuerdo con tal de no morir bajo su ira desbocada.
Y así fue.
Una vez que la burguesía tomó el control, una vez que cayó el rey y con él, la corte y sus feudos, se apuraron en perseguir, reprimir, encarcelar y matar a los comunistas, anarquistas, socialistas y cualquier campesino que reclamara su pedazo de tierra.
Es justo también decir que se proclamaron los derechos del hombre, se eliminaron los derechos divinos de la iglesia (aunque no se expropiaron sus bienes), y se abolieron leyes brutales.
Sin embargo, hay que mencionar que en términos generales la Revolución Francesa, (al igual que la Revolución Mexicana) no le hizo justicia a los más oprimidos. No hubo repartición de la tierra. Y por si fuera poco, se nombraron “ciudadanos activos” (comerciantes, profesionistas, y burgueses en general) y “ciudadanos pasivos” (campesinos y desposeídos). Huelga decir en quiénes descansaban la administración de los gobiernos municipales. El gran beneficiario del movimiento revolucionario fue pues, la burguesía.
La “igualdad” se plasmó en cuanto a leyes económicas, y la “libertad” en cuanto a leyes de mercado. De alguna manera la burguesía vino a traicionar al pueblo, que desde la opresión y la hambruna hizo posible el movimiento revolucionario.
Por eso, todos aquellos que se definen como “de izquierda”, sin estar de acuerdo con una verdadera reforma agraria, ni con la nacionalización del patrimonio (petróleo, minas, etc.), y sin embargo apoyan a las inversiones privadas como única posibilidad de generación de riqueza, y pretenden además hacer la revolución sin tocar los intereses de los grandes capitales, más bien son burgueses. Las cosas por su nombre.
Para terminar transcribo aquí unas líneas de la primera página del capítulo cincuenta y nueve de la ya citada obra de P. Kropotkin y que a mi parecer describen muy bien la situación que se vive hoy:
“…la tierra era el principal instrumento de explotación. Por la tierra el señor era dueño del campesino, y la imposibilidad de poseer su porción de tierra obligaba al campesino indigente a emigrar a la ciudad, donde se entregaba indefenso al fabricante industrial y al especulador.”